Para que empezaran a practicar la misión que después les encomendaría; Jesús envió en una ocasión a los apóstoles a predicar. Pasados unos días, los apóstoles regresaron y explicaron muy contentos al Maestro los buenos frutos de su trabajo. Después de oírlos y de alegrarse con ellos, Jesús les invitó a retirarse a un lugar tranquilo para descansar; pero la gente, al ver cómo se iban y al enterarse del sitio hacia donde se dirigían, se desplazó por tierra y mar hasta el lugar donde Jesús y sus discípulos querían ir y, al desembarcar, en Salvador se encontró con aquella multitud. Nos narra el Evangelio que

Al bajar Jesús de la barca vio la multitud, y sintió compasión de ellos porque estaban como ovejas que no tienen pastor; y comenzó a enseñarles muchas cosas (Mc 6,34)

y, después de la enseñanza, el Señor, al ver que atardecía y no tenían qué comer, multiplicó los cinco panes y los dos peces que le llevaron (Mc 6,35-49). Jesús vio que aquella multitud de personas eran como ovejas sin pastor y se compadeció; él y sus apóstoles renunciaron a un tiempo de descanso y recreo tan necesario para ayudar a aquella gente en sus necesidades espirituales y materiales. El Señor y los discípulos sintieron en sus corazones la miseria de aquella pobre gente y se solidarizaron con ella.

Al proclamar este Año Santo extraordinario de la Misericordia, el Papa Francisco ha querido enfocar su sentido por este mismo camino: percibir las necesidades y la miseria del prójimo y hacerse solidario con él. La primera pobreza que esclaviza a nuestro mundo es la pobreza espiritual, y detrás de ella vienen todas las pobrezas y miserias materiales causadas por un injusto reparto de los bienes de la tierra y de la falta de gracia. El mundo en que vivimos tiene una necesidad desesperada de Evangelio, de gracia y de conocimiento de Dios. Cuando se satisface esta necesidad, todas las demás dimensiones de las personas se resitúan y se rehacen, adquiriendo así una recta doctrina, una actuación coherente i unas relaciones fraternas.

Este sentimiento y esta convicción empapados de misericordia son los que tuvo el Beato Josep Guardiet en todo su ministerio sacerdotal, un sentimiento y una convicción que se manifestaron cuando, viniendo de excursión a Rubí con jóvenes de la parroquia de la Santísima Trinidad de Sabadell, exclamó: «¡Ah Rubí… Rubí, ¿quién pudiera estar en este pueblo y dar su sangre por él!» Y dado que este deseo suyo era bueno, cimentado en una visión sobrenatural, Dios le concedió que se hiciera realidad y que en nuestra ciudad desarrollase una actividad y llevase a cabo unas actividades que reflejaron el amor divino que siempre se manifestó en él y que hizo de su persona un testigo del Evangelio hasta dar su vida.

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