Casi siempre, al oír hablar de bautizos, solemos pensar en los niños, ya que es el tipo de bautismo que estamos más acostumbrados a ver. Muy pocas personas entre nosotros han tenido ocasión de asistir al bautizo de un adulto, y si lo han hecho, lo han visto como algo muy excepcional. Muy posiblemente, con el paso del tiempo, veamos el bautismo de adultos como un hecho más frecuente. Propiamente, en la catequesis de la Iglesia, el bautismo de adultos es el que se presenta como modelo: una persona escucha la predicación, se convierte, pide llegar a ser cristiana, es instruida en la fe, es bautizada y entra a formar parte de la comunidad de la Iglesia.

En la Sagrada Escritura todos los bautismos que aparecen son bautismos de adultos, no se menciona ningún caso explícito de niños que sean bautizados. Podemos preguntarnos entonces: ¿Es lícito bautizar a los niños?, ¿no habremos llevado durante siglos una práctica equivocada? La respuesta es que es completamente lícito el bautismo de los niños. En los primeros siglos de la historia de la Iglesia lo más habitual era bautizar a los adultos, pero no se excluía que, una vez hechos cristianos, éstos, si tenían hijos y querían el bautismo para ellos, sus niños fueran también bautizados sí así lo consideraban oportuno los pastores de la comunidad. Por parte de los padres se exigía un compromiso firme de conducir a sus hijos por el camino de la fe cristiana. Por otra parte, en aquella época no se entendía la libertad y la opción personal de modo individual como ahora: si el padre de familia era cristiano, se veía lógico que todos los demás miembros de la familia también se hiciesen cristianos.

El Bautismo de los niños nos muestra cómo se trata de un don gratuito e inmerecido por el hombre. Es un don que expresa el amor y la salvación que Cristo nos otorga con la Obra de la Redención. Por eso, a la pregunta: ¿Bautizar a los niños?, es preciso responder: Sí; pero al mismo tiempo es necesario añadir: Fe cristiana, compromiso y participación en la vida de la Iglesia por parte de los padres, también. Se trata, por tanto, de un sí condicionado, ya que sin este último requisito, no tiene mucho sentido pedir el Bautismo para los niños.

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