santi

«Pedid al amo de la mies que envíe más segadores» (Mt 9,38).

Con mucha frecuencia, y sobre todo en la época que ha venido después del Concilio Vaticano II, esperamos de los sacerdotes muchas cosas sobreañadidas, pero que no pertenecen a su esencia, a su misión, ni a su carácter sacerdotal. En muchos lugares se ha pasado de aquella reverencia que antes se manifestaba ante el presbítero a considerar que en la comunidad todos somos iguales y el cura es uno más del grupo. El presbítero ha quedado desprovisto de su carácter sacerdotal y se ha convertido en un animador de la comunidad; ya no es quien preside in persona Christi los santos misterios con sus manos ungidas con el óleo del santo crisma, y ha pasado a convertirse en un animador litúrgico en medio de una liturgia que ha terminado por perder su carácter sagrado y se ha convertido en una especie de festival. Por lo menos, esta es la visión, algo triste, que ofrecen hoy día un buen número de sacerdotes y de comunidades cristianas.

Desprovisto de lo que le caracteriza como sacerdote, su configuración a Cristo, Cabeza de la Iglesia que da vida al Cuerpo, el presbítero ha pasado a convertirse en un gestor, en un directivo, en un showman, en un animador, en un líder social o en una especie de hechicero de la tribu que realiza ceremonias y ritos para sacralizar los momentos importantes de la vida, y todas estas funciones son las que se le acostumbra a pedir. Pero son pocos los que le piden aquello que se deriva de lo que él es realmente y que brilla en su ministerio, aquello que nadie más puede darnos: ser puente entre el cielo y la tierra, hacer presente a Jesucristo en la Iglesia, presentar a Dios las oraciones de la Iglesia y las necesidades del género humano y hacer descender sobre la Iglesia y la humanidad la bendición de Dios, presidir en representación de Cristo el misterio y sacrificio eucarístico y los demás sacramentos, reconciliar al hombre con Dios en la penitencia, ser un hombre de oración y de consejo, ser un hombre de Dios, en definitiva. (Mn. Joaquim Meseguer, 18-3-2018).

Con estas palabras de Mn. Joaquim me despido de las parroquias de Rubí, donde llegué siendo diácono. Son palabras que en su día resonaron en mi corazón, palabras que hoy me consuelan porqué he experimentado la fe del pequeño rebaño de Cristo en los sacerdotes. Recuerdo la emoción de mis padres en mi ordenación sacerdotal (sus lágrimas), recuerdo los hermosos momentos en el confesionario (la lucha de la fe contra el espíritu de este mundo), recuerdo cómo el Señor ha actuado a través de mí en muchas ocasiones, y tanto fieles como cura hemos quedado sorprendidos, las palabras sobraban y estábamos ante algo que nos superaba. Recuerdo también hoy mis omisiones, por las que algunos quedaron privados de la gracia de Dios: Señor ten piedad de mí. Los verdaderos cristianos, hoy y siempre, son pocos. A vosotros me dirijo con el agradecimiento en los labios, con el gozo de vivir entre vosotros siendo parte de la Iglesia de Cristo, y mostrando el privilegio de dedicarme a Dios cada día. Gracias por vuestras sinceras oraciones, no podemos desfallecer en la batalla de la oración, ni en la lucha de la confesión asidua. Reconocemos en los sacerdotes la imagen de Cristo y nosotros queremos siempre recibirle para ser de Dios y no del mundo. Recibid mi bendición y mi aprecio. ¡Hasta siempre, hasta el cielo, hasta la victoria!

NOTA DEL SR. RECTOR Mn. JOAQUIM MESEGUER:

Mn. Santiago, que Dios te bendiga. Agradecemos mucho tu presencia, tu trabajo y tu dedicación entre nosotros, y pedimos asimismo al Señor que haga fructificar mucho tu ministerio y tu labor pastoral en las parroquias de San Esteban y Santa María de Palautordera, el nuevo destino que Él te ha confiado.

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  1. Destí on trobarà suport. En aquest nou entorn hi viu familia meva. En aquest entorn vaig passar moltes estones de vacances en la meva adolescència i joventut.

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