En este domingo XXIV del tiempo ordinario escuchamos la parábola del hijo pródigo, o también conocida como la del padre bueno, unida a las parábolas de la oveja perdida y de la dracma (moneda griega) perdida.
En este mismo domingo, todas las parroquias de Rubí, reciben la visita de nuestro pastor, Mons. José Ángel Saiz, Obispo de Terrassa, con motivo del inicio del ministerio de nuestro nuevo párroco Mn. Joaquim Meseguer.

Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado. (Lc. 15, 31-32).

Es justo que haya fiesta y alegría cuando el hijo, arrepentido y cansado del camino, vuelve a llamar a la puerta de la casa del padre. Jesús nos está invitando a la conversión, a la verdadera alegría y a la fiesta, nos está llamando con su misericordia y su perdón. Jesús nos invita a volver a él y a los demás hermanos, después de constatar que la verdadera libertad, el auténtico placer y felicidad lo encontraremos viviendo como hijos en la casa del Padre.

El hombre que entiende la libertad como puro arbitrio, el simple hacer lo que quiere e ir donde se le antoja, vive en la mentira, pues por su propia naturaleza forma parte de una reciprocidad, su libertad es una libertad que debe compartir con los otros. (Jesús de Nazaret, J. Ratzinger).

La epístola de San Pablo es un ejemplo concreto del cumplimiento de la parábola de Jesús. A Pablo, lo podríamos comparar con el hijo mayor, pues él bien podría haber dicho también estas palabras:

Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes. (Lc. 15, 29)

, pero en el fondo no vivía como un hijo, más bien quizás como un siervo, como un esclavo de Dios. Pero un día Cristo le salió al encuentro y le hizo descubrir el verdadero rostro de Dios, el de su Hijo amado. Pablo acogió con humildad y agradecimiento la gran deferencia de Dios y abandonó la práctica de la Ley para lanzarse en los brazos de la Gracia. La carta que Pablo escribe a Timoteo (la segunda lectura) la escribe ya al final de su vida, y después de haber recorrido medio mundo con el nombre de Cristo en los labios puede decir que él es el primero de los pecadores por los que Cristo se dignó a venir a nuestro mundo.
San Pablo fue un Apóstol, un enviado de Cristo. Hoy nos visita uno de sus sucesores, el obispo, pues los obispos suceden a los Apóstoles en la misión y gobierno de la Iglesia. Es una ocasión para reencontrarnos con el misterio de la Iglesia, para palpar de nuevo de qué manera Cristo sigue vivo y presente entre nosotros a través de sus enviados. Quizás estemos bastante acostumbrados a la Iglesia, pero un puede ser un buen día para reconocer que en mitad de nuestro mundo en crisis y a veces atormentado sigue vivo un cuerpo y una fuerza que no son de este mundo. Lo dijo el mismo Cristo. Todavía hoy se pueden celebrar y recibir los sacramentos, todavía subsiste la verdad íntegra de la Fe revelada por Jesús, todavía sigue en pie la capacidad de la Iglesia de pensar, vivir, acoger y construir como Cristo.

Leave your comment