La pandemia del Covid-19, que hace ya casi un año que nos aflige, no es la causa, sino un signo de la crisis en que nos vemos inmersos. Los confinamientos a los que nos hemos visto sometidos a lo largo de estos meses nos han hecho ver de cerca los efectos devastadores de ciertos fantasmas, como la mentalidad tecnocrática, que cree que los procedimientos funcionan de manera automática, y el estatalismo, en el que se transfiere la propia responsabilidad al Estado. Lo que está en crisis no es cualquier cosa; se trata de la crisis del hombre, del desplome de una utopía que pretendía construir un mundo sin Dios, que no aceptaba el hecho de un Creador que ha dejado su proyecto grabado en su Creación, especialmente en el cuerpo del hombre. Esta utopía tan pretensiosa que ahora se derrumba, es, en gran medida, el edificio de la modernidad, construido sobre las arenas de un individualismo feroz y la reducción de la vida humana a la mera existencia biológica. Las ilusiones de la modernidad han caído y, en estas circunstancias, nos toca reconstruir una idea de lo que es en realidad el hombre.

Durante décadas, se ha cuestionado la naturaleza y la dignidad del hombre en su relación con Dios, por eso, ya en esta situación de pandemia –que marcará un antes y un después– y antes de salir de ella, debemos replantearnos qué es el hombre, cómo han de ser las relaciones humanas, de qué modo debemos vivir la unidad en la sociedad y cómo desarrollar un progreso sostenible que responda al designo que el Creador ha determinado para hacer posible nuestra realización y felicidad. Y en estos ámbitos, la fe cristiana puede y debe hacer una gran aportación, pero eso dependerá en gran parte de nuestra implicación como creyentes. Nos vendría bien profundizar en los núms. 260, 356, 359, 369, 371-372, 374-379, 383, 396, 410, 1024, 1057, 1473, 1749, 1849, 2459, 2475 del Catecismo de la Iglesia Católica. El Catecismo nos ayudará a releer la Historia de la Salvación contenida en la Biblia para que podamos ver en ella la acción de la Providencia de Dios y descubramos que la pandemia del Covid no es tanto un castigo, o la consecuencia de una manera de actuar, como una llamada a ser hijos de Dios y a vivir como tales.

A lo largo de la historia, la humanidad ha tenido que sufrir muchas pandemias, y la Iglesia no ha sido ajena a esta vivencia, en medio de la cual se ha esforzado a llevar a los hombres el consuelo, la fortaleza y la esperanza por medio de la Palabra de Dios y los sacramentos. Esto es lo que como cristianos podemos aportar al mundo, al mismo tiempo que hacemos una llamada a la humanidad para que se actúe responsablemente en el ámbito de la política, la medicina, la sanidad, la educación y la ética. En estos campos se trata de recentrar, de reconstruir y de asumir las propias responsabilidades.