Eucaristía-min

Al celebrar la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo, me gustaría reflexionar sobre cómo nos acercamos a recibir al Señor en la comunión y cómo podemos mejorar en aras a una participación más profunda y fructuosa en el sacramento de la Eucaristía. Debemos ser conscientes de que no vamos a recibir algo, sino a alguien, al Hijo de Dios, Creador del Universo y redentor nuestro. Recibimos a Cristo en la Eucaristía en su cuerpo, sangre, alma y divinidad, y por la comunión nos hacemos una sola cosa con Él. Por eso, la actitud con la que nos acercamos a comulgar ha de estar en consonancia con nuestra vida y con la fe que profesamos, teniendo siempre en cuenta lo que nos dice el apóstol San Pablo:

De modo que quien coma del pan y beba del cáliz del Señor indignamente, es reo del cuerpo y la sangre del Señor. Así pues, que cada cual se examine, y que entonces coma así del pan y beba del cáliz. Porque quien come y bebe sin discernir el cuerpo come y bebe su condenación» (1 Corintios 11,27-29).

A la luz de lo que nos dice la Palabra de Dios, ¿cuáles han de ser nuestras actitudes para recibir al Señor en la comunión?

Una vida cristiana bien cultivada es el marco en el que hemos de recibir al Señor; también debemos acudir a la Iglesia con sencillez y modestia, y que eso se note en nuestro aspecto exterior, limpio y decente en el vestir; la asamblea litúrgica no es un pase de modelos ni una playa donde vamos a refrescarnos. Podemos decir que éstas dos son las actitudes remotas que siempre han de estar presentes y manifestarse en nosotros. Dentro de la Iglesia, debemos estar atentos a lo que allí se dice, se vive y se celebra; es necesario, pues, tener los sentidos bien despiertos y el corazón y el intelecto bien abiertos para que nuestra participación en la liturgia sea fructuosa. Al acercarnos a comulgar, hemos de ir en la fila con una actitud humilde y recogida, sin distracciones y sin hablar con otras personas. Cuando estemos ante el Señor, a punto de recibirlo, debemos hacer un gesto de reverencia –las rúbricas del Misal así lo indican–, que puede ir desde arrodillarse para recibir la comunión, hacer una genuflexión, a inclinar la cabeza, para poner así de manifiesto nuestra adoración a Jesús, presente en la Eucaristía. Cuando el sacerdote o ministro nos muestra el pan consagrado y nos dice: «El Cuerpo de Cristo», debemos responder: «Amén» con voz clara, pues esto constituye nuestro asentimiento y es una proclamación de nuestra fe ante la comunidad cristiana.

Finalmente, se ha de recibir la comunión con reverencia. Está permitido recibirla en la boca o poniendo la mano. Si se recibe en la mano, debe observarse lo que ya en su época enseñaba san Cirilo de Jerusalén:

No te acerques, pues, con las palmas de las manos extendidas ni con los dedos separados, sino que, poniendo la mano izquierda bajo la derecha a modo de trono que ha de recibir al Rey, recibe en la concavidad de la mano el cuerpo de Cristo diciendo: «Amén». Súmelo a continuación con ojos de santidad cuidando de que nada se te pierda de él. Pues todo lo que se te caiga considéralo como quitado a tus propios miembros. Pues, dime, si alguien te hubiese dado limaduras de oro, ¿no las cogerías con sumo cuidado y diligencia, con cuidado de que nada se te perdiese y resultases perjudicado? ¿No procurarás con mucho más cuidado y vigilancia que no se te caiga ni siquiera una miga, que es mucho más valiosa que el oro y que las piedras preciosas? (Catequesis XXIII, 21).

Y ya con el Señor en nuestro interior, permanezcamos en actitud de oración dando gracias a Dios.