Camino y espera. Estas son dos realidades propias del cristiano y del hombre, que suponen para nosotros un nuevo reto durante este tiempo de Adviento. Hoy comienza el tiempo de Adviento, y con él se abre para nuestra vida una nueva esperanza, una nueva oportunidad. La esperanza que en este Adviento nos quiere atraer y alegrar es la esperanza del Señor, que como dice la palabra de Dios llega hasta su morada santa, y nos llama para que caminemos alegres a su encuentro. Esto es lo que celebraremos el día de Navidad: Dios construye su morada entre los hombres, ayudado por María, naciendo en un portal, y nos llama, como a los pastores, a que creamos el anuncio de Dios y nos pongamos en camino.
En los días futuros estará firme el monte de la casa del Señor, en la cumbre de las montañas, más elevado que las colinas. Hacia él confluirán todas las naciones, caminarán pueblos numerosos y dirán: Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob. él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas; porque de Sión saldrá la ley, la palabra del Señor de Jerusalén. (Isaías 2, 2-4).
Por eso el Señor nos invita hoy a ir alegres a su casa, su morada verdadera, que aunque no lo parezca, está muy cerca de nosotros. Su morada hoy es el templo que nos cobija, la iglesia, pero la esperanza nos impulsa hacia adelante para que la morada de Cristo sea ante todo nuestra alma. Esta es la gracia que Dios nos quiere conceder hoy, pues la Palabra está muy cerca de nosotros, está en nuestros labios y en nuestro corazón. (Cf. Rm 10, 8).
El camino que recorremos alegres hacia la casa del Señor va acompañado del otro elemento propio del Adviento, la espera.
La espera, el esperar, es una dimensión que atraviesa toda nuestra existencia personal, familiar y social. La espera está presente en mil situaciones, desde las más pequeñas y banales hasta las más importantes, que nos implican totalmente y en lo profundo. Pensemos, entre estas, en la espera de un hijo por parte de dos esposos; en la de un pariente o de un amigo que viene a visitarnos de lejos; pensemos, para un joven, en la espera del resultado de un examen decisivo, o de una entrevista de trabajo; en las relaciones afectivas, en la espera del encuentro con la persona amada, de la respuesta a una carta, o de la aceptación de un perdón… Se podría decir que el hombre está vivo mientras espera, mientras en su corazón está viva la esperanza. Y al hombre se lo reconoce por sus esperas: nuestra «estatura» moral y espiritual se puede medir por lo que esperamos, por aquello en lo que esperamos. (Benedicto XVI).
La espera es el aliento de la esperanza, y la esperanza cristiana se concreta de una manera única en el Adviento, Cristo viene y le podemos esperar con toda confianza. Pidámosle a Dios que avive en nosotros la verdadera esperanza, todo será renovado, Cristo todo lo puede, para Dios nada es imposible.