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La multiplicación de los panes y los peces presenta un gran eco eucarístico. A través del relato del milagro, el evangelista nos presenta el esquema fundamental de la celebración eucarística: La Liturgia de la Palabra («Jesús se puso a hablar a la gente del Reino de Dios, y curó a los que lo necesitaban») y la Fracción del Pan («Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente»). Los panes partidos evocan a Cristo que da su vida en la Pasión y los peces nos llevan a pensar en Cristo triunfante sobre la muerte en la Resurrección. En griego, la lengua en la que está escrito el Nuevo Testamento, cada una de las letras de la palabra “pez” (icthys) forma el acróstico «Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador». Cada domingo, al reunirnos para celebrar la Eucaristía, escuchamos la Palabra de Dios que nos anuncia su Reino y recibimos el Cuerpo y la Sangre de Cristo, alimento de inmortalidad.

Al mismo tiempo, Jesús encargó a los apóstoles: «Dadles vosotros de comer», y esta instrucción sigue resonando en la Iglesia hasta el día de hoy: Identificándonos con Jesucristo, los pastores que ejercemos el ministerio sacerdotal a favor del Pueblo de Dios, hemos de continuar la obra salvadora del Señor alimentando a los fieles con el Pan de la Palabra y de la Eucaristía. Y, al mismo tiempo, en la Iglesia debemos trabajar para que no falte a nadie el Pan de Vida eterna ni el alimento cotidiano, de aquí que Cáritas nos sensibilice sobre las necesidades espirituales y materiales de tantos hermanos nuestros.

La festividad de Corpus Christi nació en la Edad Media, en un contexto apologético para remarcar el hecho de la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. Durante el primer milenio nadie dudó acerca de esta verdad de fe; cuando posteriormente algunos teólogos la pusieron en tela de juicio, el Magisterio de la Iglesia la definió claramente y la Liturgia la consagró en la celebración. Nosotros creemos, pero todavía debemos avanzar: no sólo hemos de creer que Jesucristo está presente en la Eucaristía, sino que hemos de tener firmemente presente también que la comunión en el Cuerpo y la Sangre del Señor nos hace miembros de su Cuerpo, que es la Iglesia, tal como lo pedimos en la Plegaria Eucarística de la Misa: «Te pedimos humildemente que el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y la Sangre de Cristo». La comunión en el Cuerpo de Cristo debe llevarnos a la comunión con los hermanos, a compartir solícitamente con ellos nuestros bienes.