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En una ocasión en que Felipe y Andrés comunicaron a Jesús que unos judíos de origen griego que habían subido a Jerusalén adorar a Dios por la fiesta de Pascua querían verlo, el Salvador dijo estas palabras: «Cuando yo sea levantado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí» (Jn 12,32). Con esta frase, Jesús se refería tanto a su Crucifixión, cuando fuera levantado sobre el patíbulo, como a su Ascensión, acontecimiento en el que el Cristo sería plenamente glorificado y elevaría nuestra naturaleza humana para participar con Él en su condición divina, de acuerdo con lo que hacía siglos había profetizado el salmista: «Subiste a las alturas y llevaste contigo a un cortejo de cautivos; recibiste tributos de los hombres, incluso los rebeldes se rindieron a ti, Señor Dios» (Sal 68,19). Nosotros, que éramos cautivos del mal y de la muerte a causa de nuestros pecados, hemos sido atraídos por Jesucristo y, salvados por Él, hemos sido elevados a la categoría de hijos de Dios y tenemos la esperanza de compartir su vida para siempre. La Semana Santa nos hace vivir estos hechos a los que nos unimos, y podemos decir que el Señor nos atrae hacia Él.

En estos días que ahora iniciamos, veremos que no recordamos meramente unos hechos pasados, sino que con las celebraciones estamos siendo insertados en unos acontecimientos de los que formamos parte activa y que nos han transformado existencialmente; que han cambiado nuestra vida, por decirlo en palabras más sencillas. Por todo ello, esta Semana grande es a la vez Santa por los hechos que revivimos y actualizamos, y santificadora, porque a través de la Liturgia, el Señor nos transforma.

Contemplamos a nuestro Redentor elevado en la cruz después de haber entrado triunfalmente en Jerusalén, después de instituir el memorial de la Eucaristía, después de haber experimentado una dolorosa agonía en Getsemaní. En la cruz se hace patente hasta qué punto es capaz de llegar Dios en su amor infinito para salvar a la humanidad, para salvar a cada uno de los hombres y mujeres de este mundo, para salvarte a ti y a mí en definitiva. Por ello, la manifestación de este amor tan elevado, nos atrae, nos transforma y nos santifica. Después de haber contemplado a Jesucristo en la cruz, nuestra vida nunca más podrá volver a ser como antes.