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La visita de los magos al Niño Jesús me hace pensar en el diálogo entre fe y ciencia. Los magos eran los científicos de aquella época, hombres sabios que estudiaban el firmamento y procuraban descubrir y formular las leyes rectoras del universo. ¿Se contradicen fe y ciencia? El episodio de la adoración de los magos constituye un aliciente para pensar que la verdadera ciencia puede y debe llevarnos a la fe. El siglo XX, después de haber recibido la herencia cultural racionalista, empírica y secularista del siglo XIX, se caracterizó al principio por una fuerte tensión entre fe y ciencia. Los creyentes eran vistos como gente crédula que todo lo aceptaba sin discernimiento y que fundamentaba su vida en supersticiones. Muchos científicos consideraban de manera autosuficiente que la ciencia llegaría a explicarlo todo, que los misterios se reducirían paulatinamente y que la fe retrocedería en la conciencia de un pueblo cada vez más ilustrado. Gracias a Dios, no ha sido así. El final del siglo XX ha visto también como la ciencia reconocía humildemente sus límites a pesar de sus grandes avances. La ciencia y la fe han reconocido que cada una tiene su campo y su alcance y que no tienen por qué contradecirse; así se ha abierto un camino de reconciliación y respeto.

¿Cómo serán las relaciones entre ambas en el siglo XXI y a lo largo del tercer milenio? Debemos acoger los avances científicos y valorar lo que tienen de positivo en el progreso de la humanidad, no vaya a ser que nos suceda algo parecido a los sacerdotes y escribas de Jerusalén, hombres de cultura, que sabían donde encontrar al Mesías y dieron a Herodes una respuesta acertada (Mateo 2, 4-6), pero que fueron incapaces de acoger el mensaje de los magos y no supieron estar a la altura de los acontecimientos.

¿Quiénes eran estos magos, personajes enigmáticos que el evangelista Mateo nos presenta? Aparecen con unos rasgos esenciales y como figuras destacadas. La Iglesia los venera como santos y muy pronto se celebró su memoria en las naciones que empezaron a ser cristianas. La tradición les da los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar. El hecho de haber sido presentados como reyes puede venir del oráculo del profeta Isaías: «A tu luz caminarán los pueblos y los reyes al resplandor de tu aurora» (Isaías 60, 3) o lo que nos dice el salmo 72, 11: «Que se postren ante Él todos los reyes, y que todos los pueblos le sirvan». Eran personajes de alta posición social y de una gran cultura y sabiduría. Se trata de hombres sinceros, que viven bajo el silencio de las estrellas y representan la esperanza de muchas personas: los extranjeros, los paganos, los marginados, aquellos a quienes les falta la luz. Son hombres que no se contentan con lo que han aprendido y saben de rutina, sino que desean saber y avanzar más, y por eso se ponen en marcha. Y al llegar a Belén se despojan de todo: dejan su ciencia humana y encuentran la sabiduría de Dios. Ahora ya son pobres que pueden ser evangelizados.