La semana pasada me sorprendió y estremeció que me llegara por diversos canales la noticia de que el presidente de Francia, Emmanuel Macron, proponía incluir el aborto como derecho en la Carta de los Derechos fundamentales de la Unión Europea. Me sorprende más todavía que esta propuesta venga de una persona que se define como católica. Sabemos muy bien que Francia es una república constitucionalmente laica, pero, ¿se puede gobernar al margen de las convicciones que como cristiano uno habría de tener?; un cristiano puede dejar de lado su conciencia y la enseñanza de la Iglesia a la hora de ejercer el gobierno e incluso de influir en una legislación que va más allá de su propio país? Si quienes profesamos la fe cristiana dejamos de influir en la sociedad, ¿quién influirá entonces?, ¿tendrá alguna relevancia el mensaje de Cristo en nuestro mundo? Afortunadamente, no han sido pocos los políticos que han manifestado su discrepancia.
Ya desde hace muchos años, han querido vendernos que el aborto es una gran conquista social a favor de las mujeres y presentarlo como un derecho, pero, «aunque la mona se vista de seda, mona se queda» y el aborto no dejará de ser un acto injusto, cruel e inhumano en contra de la vida de los más inocentes. Ya no se trata sólo de conciencia cristiana, sino simplemente de conciencia humana, común a todas las religiones y culturas. Se pretende otorgar a alguien un derecho negando el derecho más fundamental de todos, el derecho a la vida, a aquél que no podrá defenderse en ningún momento. Y con la negación del derecho a la vida viene la negación de cualquier otro derecho. ¿Será ésta la Europa justa, solidaria, fraterna, cimentada en el humanismo, y bla bla bla, que todos queremos? ¿Es que ante los ojos de los gobernantes y de la sociedad no hay más horizonte que el de la economía? Parece ser que no. Vamos hacia una Europa materialista en la que todos los que estorban son eliminados, así lo vemos en la propuesta del aborto y también de la eutanasia, dos momentos extremos, en el inicio y en el final, en los que la vida humana parece no tener valor. En una época en la que se valora tanto la ecología, nos deja asombrados ver que se respetan más los derechos de los animales que los de los seres humanos –sobre todo de los más débiles–, para quienes parece no aplicarse la ecología.
Lo que también será grave si se aprueba esta propuesta es que la disidencia podrá ser considerada como un delito y castigada como tal, que uno no será un buen europeo ni un buen ciudadano si se manifiesta contrario al aborto, ¡y eso de ninguna manera, hermanos! Para querer ser buenos ciudadanos y buenas personas no podemos ser inhumanos, porque sería un contrasentido. Y en nuestro caso, no
podemos dejar de lado nuestras convicciones cristianas y el compromiso que eso implica.