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La vida cristiana es una experiencia impregnada por el Espíritu Santo. El Espíritu no tiene un rostro concreto, pero sus nombres nos hablan de esta profunda presencia suya en nosotros y entre nosotros: fuego, agua, espíritu, aliento, viento… La única manera de pensar y vivir en el Espíritu Santo, es decir: «¡Ven!». Y es que, para vivir plenamente como cristianos, lo necesitamos urgentemente, porque sin el Espíritu Santo, Dios nos queda lejos; Cristo pertenece al pasado; el Evangelio es letra muerta; la Iglesia, una organización más; la misión, una propaganda; el culto, una evocación; y el actuar en cristiano, una moral de esclavos.

Creo que uno de los mayores problemas de estos tiempos es la carencia de una visión espiritual de la realidad en que vivimos, la falta de una mirada sobre la vida con ojos de fe. En contrapartida y como compensación se nos presenta un exceso de materialismo en múltiples formas: productividad y consumismo frenéticos, visión desenfocada e incluso desenfrenada de la corporalidad y el sexo, olvido deliberado de valores morales, contenido vacío de las celebraciones religiosas, que para muchos significan muy poca cosa aparte de una fiesta familiar y social. Ante un panorama como éste, ¿no estaría bien recordar estas palabras de Jesús: «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios»?

El Espíritu Santo nos lleva a entender que estamos llamados a un destino eterno y nos impulsa a buscar ardientemente a Dios y a encontrar las razones para vivir en este mundo. Gracias al Espíritu podemos trabajar por una convivencia más justa y humana, en la que toda persona esté considerada con la dignidad que Dios le ha dado. El Espíritu Santo nos da libertad para que lo recibamos de Jesucristo, quien, con su muerte y resurrección nos hace hijos de Dios. Y en la libertad auténtica que nos da el Espíritu, comprendemos la razón de nuestra relación con Dios y con el prójimo, ya que en esto consiste la religión verdadera: en el amor. La fe cristiana no nace de unas normas que ordenen o prohíban, sino del amor que nos hace seguir entusiasmados y animosos el camino del Evangelio y nos ayuda a actuar en todo momento. Hoy, como los apóstoles, abramos nuestro corazón al Espíritu y demos testimonio con alegría, obras y palabras de la salvación de Cristo.