Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño.
Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.
Con estas palabras del Evangelio de San Lucas, la Iglesia nos ilumina hoy en la fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret, modelo e icono para toda familia humana, modelo e imagen de la misma Trinidad Santa. Para la liturgia de la Iglesia, que recoge toda la lex orandi, es decir, toda la oración que reza la Iglesia universal (nosotros), ya ha quedado atrás el tiempo de contemplar al Niño Dios y endulzarnos con su ternura. Aunque sin dejar de consolarnos y complacernos en la contemplación del niño Jesús, el Hijo del Padre Eterno, la Iglesia nos propone el 26 de diciembre a San Esteban, muerto bajo una lluvia de piedras por dar testimonio de la divinidad de ese niño, por decir con claridad que él está a la derecha del Padre. El 27 de diciembre recordamos a San Juan Apóstol y Evangelista, el mártir del amor y el testigo valiente de la virginidad por el Reino de los Cielos, el discípulo amado por Cristo que supo intuir lo que movía el Corazón de su Maestro. Y hoy, 28 de diciembre celebramos la fiesta de la Sagrada Familia y también recordamos a los Santos Inocentes, mártires involuntarios de Cristo, por quien tuvieron que sufrir cruenta muerte a tan temprana edad. Estas son las Navidades católicas, las que van al grano, las que se despojan de tantas chorradas y estupideces tan recurrentes en estos días: esa Navidad, como dijo alguna canción, es mentira. El mensaje que Jesús nos manda en estos días es claro, él ha venido a hacernos santos por el amor, a llenarnos de su belleza divina, y por eso nos fijamos en los santos y en los mártires, por eso miramos a los que han sabido recibir a ese niño entre sus brazos y han seguido sus pasos. Para eso sirve la Navidad, para ser derribados por Cristo y ser alzados por él nuevamente, ya renovados. «Levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación.»
Serán odiados a causa de mi nombre. Pero el que persevere hasta el fin se salvará.
Estas palabras del Señor, cuando envía a sus discípulos en misión,
no turban la celebración del Navidad, sino que la despojan del falso revestimiento empalagoso que no le pertenece y nos ayudan a comprender que en las pruebas aceptadas a causa de la fe, la violencia es vencida por el amor, la muerte por la vida. (Papa Francisco, 26-12-2014).
El Santo Padre recuerda también a los mártires del siglo XXI y a los cristianos perseguidos, que no entristecen nuestra Navidad occidental si no que le dan su verdadero sentido: ante la persecución sistemática y violenta la mansedumbre de la fe en el Príncipe de la Paz, ante el acorralamiento despótico de los cristianos la sencillez del amor que no se recluye si no que llega a todos, amigos y enemigos.
Y hoy especialmente clamamos ante el mundo por el respeto de la familia natural, que nace de la misma naturaleza humana, ordenada al amor y a la procreación. Pensando en los matrimonios y en las familias que conozco aquí en Rubí, pido por todos vosotros, y con vosotros hoy clamamos clemencia y fortaleza ante el Señor y clamamos ante un mundo confundido, y aunque de manera inconsciente, gobernado por el Demonio, que sus errores y barbaridades nos arrastrarán al abismo, nos llevarán al cainismo y a la degeneración. Clamamos contra el aborto provocado, permitido, promocionado e impuesto, clamamos contra la ideología de género y sobre todo, contra todos aquellos que callan, que se esconden y que manchan el nombre de Cristo al decir que son cristianos. ¡No al aborto, si al plan bueno de Dios!