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Decía san Pablo que llevamos un gran tesoro en vasijas de barro (2 Cor 4,7), y esta afirmación se manifiesta en el hecho de que hoy cuesta que la Iglesia aparezca como un testigo creíble y que el Evangelio sea aceptado como mensaje que da sentido a la vida. La Iglesia defiende la verdad, pero hoy es muy llamativa la presencia abundante de mentiras por todas partes… y lo peor es que nos hemos acostumbrado a ello. Hoy no parece importar tanto la verdad de las personas y las cosas como lo que es convincente, aunque sea una falacia. ¿Cómo nos suelen presentar las noticias falsas? Como “creíbles”. Al fin y al cabo, queremos que nos presenten la realidad como nos gusta y no como es de veras. Si la realidad no nos da la razón, inventamos entonces otra paralela, una realidad virtual que nos ilusiona, pero que al mismo tiempo nos engaña.

Los cristianos no podemos renunciar a la verdad. ¿Cómo hacer creíble hoy a Jesucristo y al Evangelio? ¿Con ideas y doctrinas? Entrar en el mercado ideológico nos puede dejar en desventaja, porque son muchas las ideas que se presentan como más atractivas, especialmente las que están teñidas por el esoterismo, el orientalismo y el barniz de la nueva era, ya que ofrecen una espiritualidad confortable y poco comprometida. ¿Cómo presentar la verdad en un mundo que se conforma con faramallas? ¿En qué consiste la novedad del cristianismo en un mundo materialista y caduco como el nuestro? En presentar aquello que es más genuino y que constituye nuestra fuerza: Dios que es Amor y se ha hecho hombre. San Juan Evangelista no se cansa de repetirlo, él lo sabía muy bien, porque había oído los latidos del Corazón de Jesús. Tenemos que insistir más en la filiación divina y sus consecuencias, cosa que sabemos en teoría, pero que no hemos acabado de convertir en vida. Ser hijos de Dios y hermanos entre nosotros es más que una certeza, es un principio fundamental capaz de cambiar vidas. ¿Por qué no lo transmitimos al mundo? Porque quizás lo hemos reducido a una idea y no lo vivimos como experiencia. Mostrar que Dios cambia vidas es la mejor predicación. ¿Qué fue lo primero que hizo Pedro el día de Pentecostés? Encender fuego en el corazón de sus oyentes.

Gastamos tiempo y energías en dar a la gente cosas que quizás no perciba como necesarias; y lo que cree necesitar y que lleva en su interior como deseo, se va a buscarlo a otros sitios: adivinos, videntes, horóscopos… ¿Es ésta la solución? ¿Qué alternativa damos nosotros? ¿No tendríamos que esmerarnos para encender de nuevo en las personas la esperanza, sin teorías, con confianza y empatía, hablándoles de un Dios Amor que ama y que apuesta fuerte por el hombre dando su vida en Jesucristo?