Hace dos meses teníamos, como hoy, una celebración centrada en la Eucaristía: el Jueves Santo. La Eucaristía es suficientemente importante y rica para dedicarse dos celebraciones especiales cada año. La de hoy tiene un carácter quizá más festivo, de acción de gracias cordial por este don del Señor a la su Iglesia. No podemos olvidar el carácter pascual -de relación directa con la Muerte y Resurrección del Señor- de cada celebración de la Eucaristía.
El Corpus de este año invita a dar relieve al tema del Alianza. En hablar directamente la primera lectura y el evangelio. Es una manera propia del pueblo de Israel para entender, vivir y celebrar la relación con Dios. Que Jesús asume en la Santa Cena dándole un contenido nuevo y definitivo. Leyendo el evangelio de hoy, llama la atención que dedica más espacio a hablar de los preparativos para la cena pascual, que a la narración de la institución de la Eucaristía. Invita cada asamblea celebrando en preguntarse cómo preparamos y cómo nos preparamos para cada celebración. La Eucaristía no puede ser nunca algo banal ni rutinaria. Ni tampoco individualista (entre Jesucristo y yo). Si no hay sentido y vivencia de familia, de comunidad, de ser miembros del Cuerpo de Cristo, la Eucaristía se devalúa.
La Eucaristía nos habla del amor de Dios hecho entrega
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Unigénito (Jn 3,16).
Y este se tomó a sí mismo, se hizo Eucaristía y dijo:
Esto es mi cuerpo que se entregara por vosotros, esta es la nueva alianza en mí sangre (1Cor 11,24-25).
La Eucaristía nos habla del amor de Dios hecho comunión: «comed y bebed… el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna». Y para esto escogió elementos sencillos, elementales: el pan y el vino. Realidades que justifican y simbolizan los sudores y afanes del hombre; que unen a las familias para ser compartidos y que simboliza el sustento básico, indicándonos el sentido de su presencia: alimentar nuestra fe y unirnos como familia de hijos de Dios. No es, pues, un lujo para personas piadosas; es el alimento necesario para los que queremos ser discípulos y vacilamos y caemos. Es el verdadero «PAN DE LOS POBRES».
Pero ese amor de Dios nos urge. Cristo hecho presencia nos urge a que le hagamos presente en nuestra vida, y nos urge a estar presentes, con presencia cristiana, junto al prójimo. Las tradiciones celebraciones del Corpus tiene el peligro de convertirse en pomposas manifestaciones de devoción popular que pueden hacer olvidar el sentido más genuino y primigenio de la Eucaristía. Para no perder la memoria, lo mejor es volver al evangelio y releer, los relatos de la última cena. De este modo, cuando al final de la consagración el sacerdote nos diga: «haced esto en conmemoración mía», entenderemos que no basta repetir materialmente los gestos y las palabras de Jesús. Más aún, nos sentiremos invitados a identificarnos con las actitudes de fondo que le llevaron a entregar su vida por todos. Si no, la Comunión con él no será expresión de alianza, es decir, de un modo nuevo de entender las relaciones con Dios y con los demás, sino un rito vacío de contenido.