Sin pretenderlo y sin haberlo pensado demasiado cuando estaba en el Seminario, las obras han tenido un gran peso en mi vida y ministerio sacerdotal: en los inicios me tocó reparar el tejado, cambiar la instalación eléctrica, pintar la iglesia, reforzar el campanario y poner campanas nuevas en la parroquia de San Juan Bautista de La Torre de Claramunt.
La obra de mayor envergadura tuve que hacerla en la parroquia de Sant Quirze i Santa Julita de Sant Quirze del Vallès con la construcción de un nuevo templo con mayor capacidad, junto al antiguo, y de los locales parroquiales, una obra que prácticamente ocupó mis quince años de párroco. En la actualidad, en Rubí, me he visto inmerso en obras de reforma del templo parroquial de San Pedro. Ya mis antecesores inmediatos habían reparado la cúpula y el campanario, obras de gran envergadura y muy necesarias para la conservación de nuestra iglesia. Ahora hemos acabado de restaurar la capilla de Ntra. Sra. de Montserrat, que estaba en un estado lamentable a causa de las humedades y filtraciones de agua, amén de una restauración básica de la ermita de San Mus y otras obras menores de reparación que he tenido que llevar a cabo en la iglesia parroquial.
Para mí es un sacrificio y un motivo de sufrimiento tener que dedicarme a las obras, pues, a pesar de todo, no me veo como la persona más calificada para este cometido. Sin embargo, creo que, si Dios me lo pide, es importante que lo haga por amor a su casa, que hace presente el Evangelio y el Reino de los cielos en nuestra ciudad junto con los demás templos parroquiales, ermitas, capillas y oratorios. Es verdad que el verdadero templo de Dios no está formado por muros y paredes inertes, sino por piedras vivas, es decir, por personas creyentes; pero también es cierto que la comunidad de piedras vivas necesita de un templo donde reunirse para dar culto a Dios, celebrar y testimoniar su fe.
Y hace ya muchos siglos, unos once, nuestro templo parroquial fue construido para esta misión. Es y ha sido un edificio muy querido por los cristianos de Rubí a lo largo de generaciones, que nosotros hemos recibido como herencia y que debemos cuidar para que la fe cristiana siga transmitiéndose en nuestro entorno. En realidad, no he sido yo solo quien ha hecho todas las obras antes mencionadas, sino que ha sido una acción de toda la comunidad cristiana presente en cada parroquia, tras la cual actuaba la mano de Dios. Siguiendo sus designios, nosotros nos limitamos a hacer su voluntad con mayor o menor acierto. Como bien lo expresó el mismo Jesús,
Somos siervos inútiles que sólo hemos cumplido con nuestro deber (Lc 17,10).
La reciente restauración de la capilla de Ntra. Sra. de Montserrat nos muestra que, como cristianos, no sólo debemos velar para que nuestro patrimonio no se malogre, sino que, sobre todo, debemos sentir un gran amor hacia la casa de Dios y trabajar para su gloria, conservar la herencia de fe que se nos ha transmitido, y enriquecerla para legarla a las generaciones venideras, reconociendo así que toda persona está llamada a ser hija de Dios y tiene un destino eterno. De ahí que todo lo que aportemos de tiempo, dedicación y dinero tendrá todo el valor que nuestro amor a Dios y a su casa le comunique. Esta casa somos nosotros y el templo en el que nos reunimos como Pueblo Santo del Señor.